miércoles, 28 de marzo de 2007

El hombre y Dios

Dios no creo al hombre, el hombre creo a Dios.

miércoles, 21 de marzo de 2007

Mis recuerdos de Barranquilla

Después de haber pasado el listón de los 60 años y cuando la capacidad de asombrarse ante las cosas que suceden ha desaparecido casi por completo, me he dedicado a recordar las personas, hechos y vivencias que pasaron a lo largo de mi vida en los sitios en que viví.

Afortunadamente, cuando envejecemos, la naturaleza viene en rescate nuestro, para sacarnos de esa carencia de emociones y sentimientos y nos regala la oportunidad de volver a echar un vistazo a lo que fue, a lo que pasó, trayendo de nuevo a nuestra memoria una serie de recuerdos que habíamos dado por perdidos de por vida. Muchos de ellos tal vez fueron en su época situaciones importantes en nuestra vida y que luchamos para que el paso de los años no nos despojara de ellos.

Sin embargo, ahora no solo podemos recodar los hechos, sino que entendemos mejor lo que sucedió.

No puedo dejar de sentir una honda nostalgia al escribir mi propia historia y añorar esas lejanas y un poco difusas épocas. Al recordar a muchas personas me entra el deseo de volver a verlas para recrear los años idos.

Desafortunadamente, muchos de los sitios por donde deambulé desde que era un niño han cambiado de aspecto, dejándome solo la capacidad de mis neuronas para rescatarlas del olvido.

Nací a mediados de los años 40 en Barranquilla y aquí he vivido toda mi vida.

El “Barrio Abajo”, fue donde pasé una parte de mi niñez y que ahora me doy cuenta de haber estado en un sitio donde se forjó buena parte del espíritu del barranquillero. Viví exactamente en la calle Murillo entre las carreras Olaya Herrera y Aduana. Era una típica cuadra de la ciudad de entonces, no había sido ampliada por lo que era mas angosta, pero el trafico no era muy voluminoso.

En las esquinas de Olaya con Murillo había una tienda, una cantina, el Jardín Águila y el salón burrero conocido como “El Carioca”, donde según me contaba mi padre venían en carnaval las mejores orquestas cubanas.

Un poco después aparecieron los clubes y le restaron el esplendor que tenían. Así El Carioca y El Jardín Águila dejaron paso a los circos y ciudades de hierro que nos visitaban.

Frente a mi casa vivía la familia Buendía, cuyo padre fue el propietario por muchos años de Solimar, ellos eran una familia numerosa y bulliciosa. Muchas veces los veíamos salir en tropel y detrás de ellos iba la escoba que le lanzaba su mamá. Fui amigo de uno de los menores, que le decían “chepe o chape”, con el y mis hermanos armábamos partidas de bolita de uñita en el patio de mi casa.

Cuando los Buendía se mudaron, habitó la casa un italiano llamado Guido Perla. Él instaló en el garaje de la casa unas maquinarias para fabricar cordones para zapatos y cordeles. Las maquinas hacían un gran ruido cuando funcionaban y a menudo se dañaban lo que encolerizaba al señor Perla quien lanzaba a voz en cuello palabrotas en italiano.

A un costado de la casa quedaba una bodega de un laboratorio farmacéutico, creo que se llamaba “Cofarma”, para nosotros era un lugar lúgubre donde nunca se sentía ningún ruido. Lo peor que nos podía pasar era que alguna bola o balón cayera en ese sitio, porque nunca la recuperábamos. Para colmo de males, la muchacha que nos lavaba la ropa, decía que el sitio estaba embrujado y que de noche salían almas en pena.

A mitad de cuadra había un pequeño salón de cine y después seguía una funeraria.

A media mañana cuando oíamos los cascos de los caballos golpear contra el asfalto caliente, acompañados del repicar de una campana, corríamos a la puerta para ver pasar el funeral que se dirigía por toda Murillo al Cementerio Central.

Era una carroza de cristal tirada por dos o tres caballos engalanados y conducida por un cochero elegantemente vestido. Detrás seguían los deudos, familiares y amigos del difunto.

Curiosamente, por esa misma vía transitaban en la época de carnaval las más grandes cumbiambas de la arenosa. Durante los carnavales y semanas antes de ellos escuchábamos continuamente el son de los tambores y la melodía de las flautas de millo, acompañando los ensayos de los alegres cumbiamberos.

Nuestros padres nos habían prohibido entrar a la cantina de la esquina, pero muchas veces desobedecimos esa orden y entrábamos para ver una rockola que funcionaba allí, nos intrigaba como el aparato buscaba los discos, los colocaba y al terminar los devolvía a sitio con asombrosa precisión.

El despertar de la noche estaba acompañado de los gritos de las negras vendiendo bollos y arepas.

Sobre Olaya, quedaba un cine descubierto llamado “Paraíso” donde muchas tardes hicimos fuerza para que Tarzan y Jane encontraran a Chita, acechada por un enorme león. Me llamaba mucho la atención los avisos que anunciaban las próximas películas que serian exhibidas. Algunas veces tuve la fortuna de ver como los hacían, a pura mano, eran todo unos artistas anónimos.

Bajando por Murillo, llegábamos a parque Once de Noviembre. Entonces estaba totalmente despoblado con excepción de la sede de las Mejoras Publicas y la estatua de la dama con la bandera. Allí jugamos atrapando una pelota que mi padre lanzaba a una considerable altura, también fue un sitio propicio para elevar en el mes de Agosto las cometas que hacíamos en la casa, con la ayuda de mi papá y el engrudo que en una estufa de carbón preparaba mi mamá.

Aunque un poco alejado de mi cuadra, no dejó de ser causa de mis recuerdos la instalación del almacén Sears en la avenida Caracas. Allí subí por primera vez a una escalera eléctrica con la supervisión de mi padre que me advertía que estuviera atento para evitar que la maquina no se tragara mi pie al llegar al final.

Creo que nunca había saboreado unos helados más ricos que los que vendían en la cafetería del Sears.

“El Super Rayo”, fue el primer automercado en Barranquilla y quedaba dentro del Sears, en costado que da para Olaya.

Durante este periodo pasaba todas las vacaciones escolares, y a veces todo el año completo, en casa de mi abuela, Elfa Duncan, en la carrera 49B entre las calles 79 y 80.

Esta casa estaba recién construida y había muchos solares enmontados alrededor y en el frente. De tal manera que era frecuente encontrase con algunas vacas pastando el los solares. En las noches el titilar de las luces de las luciérnagas y el croar de los sapos deban una ilusión especial. No era raro encontrarse con algunas iguanas y cazar paco pacos era una recreación más.

Aquí fue donde comencé a cultivar mis primeras amistades, donde improvisábamos en cualquier parte un partido de béisbol o uno de fútbol, que duraba hasta que alguno de nosotros se lesionara y salieran sus respectivas mamas a enviarnos a nuestras casas.

De esta época recuerdo a la familia Nieto, cuyo padre fue un prestigioso abogado. Enrique, Cristina y Jorge, eran sus hijos y mis amigos.

Las señoritas García, eran un par de hermanas, siempre muy elegantes que vivían en una muy cuidada casa y que se movilizaban en carros nuevos.

La familia Verano, una pareja relativamente joven, padres de Alicia una chica muy simpática que comía tomates como si fueran manzanas. El papá de Alicia un domingo corrió en una prueba automovilistica entre Barranquilla y Cartagena, ese evento se hizo famoso por que en el se volcó y murió un experimentado piloto venezolano llamado Pancho “Pepe” Crocket.

Vivieron allí, varias generaciones de la familia Mercado. Una de ellas Mary, se casó con mi hermano Jorge.

Hacia la calle 79 vivió la familia de la Cruz, era una casa grande, acogedora y con un gran patio, la mamá de Víctor, su único hijo, era una señora que siempre nos atendió con mucho cariño.

En la esquina de la 79 estaba la cuchilla, una tienda donde todos los muchachos de las cuadra nos sentábamos a tomar gaseosas.

En esta cuadra que se convertía en la carrera 48, recuerdo a las familias Herazo, que vivían en la esquina, a los Carballo, a los Benedetti en donde Armando ya se destacaba por sus inclinaciones literarias y comenzaba a pulir su oratoria, estaba Bertica a quien nunca me imagine como comentarista deportiva y la menor Maria Eugenia, quien era y todavía es una chica preciosa.

Siguiendo por la 48, estaban los Rosado y en frente los Zúñiga, estas familias terminaron emparentadas cuando Ruby y Pipo, se enamoraron y se casaron.

Ya llegando a la calle 75 sobre la misma 48 Vivian lo Barrios, hijos de un ginecólogo ellos eran Eloy, Hernando y una hermana que se me olvida su nombre.

La vida en el Barrio Abajo y en la casa de mi abuela sucedió cronológicamente en el mismo tiempo.

Cuando la calle Murillo fue ampliada, nuestra casa fue cercenada y reducida a lo que antes era el patio. Entonces tuvimos que mudarnos de casa y fue así como terminamos viviendo en una casa del barrio Porvenir, en la carrera 43B entre las calles 79 y 80.

Esta cuadra estaba huérfana de muchachos de mi edad por lo que termine haciendo amigos en la cuadra vecina, la 44 entre 79 y 76, esto sucedía a comienzo de los 60 yo todavía estudiaba el bachillerato en el colegio San José.

Recuerdo de esta cuadra a los Desmoineaux, su padre fue amigo de mi tío Armando; a Miguel lo conocí en la universidad donde terminaba sus estudios de ingeniero químico, el otro hermano Freddy fue también buen amigo.

En la esquina de la 79, vivieron por un corto tiempo el celebre locutor Marcos Pérez, allí conocí a Marquitos, Álvaro y sus otros hermanos. En la casa diagonal a los Pérez, vivió el turco Manssur, a quien afectuosamente llamábamos “ tle pa tle” por su dificultad con el Español.

Pero donde mejor me sentía era en la carrera 44, entre 79 y76.

En la 44 recuerdo con mucho afecto a Ernesto Certain, con quien mantuve mucha afinidad. Muchas veces nos sentábamos en los peldaños de la terraza de su casa a discutir sobre muchos temas. Ernesto siempre fue un muchacho sencillo y muy aplomado, estudió economía y fue decano de la facultad de la Universidad del Atlántico. El tenia los tomos de la enciclopedia juvenil “El Tesoro de la Juventud” lo leíamos muchas veces juntos, cada uno con su respectivo tomo.

Otra persona con quien también hice buena amistad fue Alfonso Gómez-Cáceres, el tenia otra personalidad, pero nunca tuvimos problemas. Supe que se había dedicado a la cría y adiestramiento de mascotas caninas.

En esta cuadra también vivió mi amigo Ramiro, hijo de Guadalupe Borja, administrador del restaurante del aeropuerto.

Félix y Humberto Bayona, son unos hermanos destacados por su inteligencia demostrada durante su paso por el colegio y la universidad. Ambos han ocupado importantes posiciones en prestantes empresas de Barranquilla. Durante unos años tomábamos el bus del colegio que paraba en la casa de los Bayona, así los conocimos a ambos como a sus padres.

Los del Rio, Iván, Icha y otros hermanos, una de ellas fue concejal de Barranquilla, hacían presencia en la cuadra.

A mitad de cuadra funcionaba en el garaje de la casa una tienda propiedad de una familia Bellido, allí nos reuníamos a fumarnos nuestros primeros cigarrillos y a pasar tragos de ron Caldas o de aguardiente Antioqueño o Cristal.

Personalmente tenia la costumbre de tomarme sentado en un pequeño muro que separaba la tienda de la casa vecina una Coca-Cola antes de irme a dormir.

Los Fuentes, era otra familia en la cuadra, además de los padres estaban Elías y su hermana.

Había una familia que se caracterizaba por lo alegre y desordenados que eran especialmente Silvia, que era un poco mayor que nosotros, pero que no tenia ningún reparo en participar en nuestros juegos.

En cuanto las muchachas que vivían en la cuadra, la que más se destacaba era Cecilia Silebi, hija de un comerciante libanés.

Cecilia tenía la edad en que las niñas dejaron atrás las muñecas y se estaban convirtiendo en mujer.

Era una chica muy atractiva, siempre usaba unos pantalones bien ajustados al cuerpo y mantenía un aire misterioso de coquetería muy femenino.

Para entonces nuestros organismos estaban recibiendo la suficiente descarga de testosterona, como para fijarnos mejor en las curvas de las caderas, la estrechez de su cintura y las protuberancias que sobresalían sobre la blusa que usaba Cecilia.

Creo que todos estábamos enamorados de ella y ahí me incluyo. Alfonso Gomes Cáceres era también uno de los duros pretendientes.

También recuerdo ahora con un poco de simpatía, que cuando algún muchacho foráneo que se había percatado de la existencia de Cecilia, le hacia el pase en un lujoso carro y paraba al frente de su casa y ella salía a saludarlo, Alfonso y yo, sentados en el bordillo de la casa de enfrente nos mordíamos los codos de la ira, considerábamos como una competencia desleal que Cecilia prefiriera la amistad de esos muchachos engominados que la de nosotros que solo teníamos unas viejas bicicletas para invitarla a dar un paseo en barra.

Esa turbulencia hormonal nos hacia ver a las mamas de algunos de nuestros amigos como unas exuberantes señoras, como quien dice unas “mamacitas”.

Cerca de la 79 vivían las Bustillo, unas muchachas muy guapas pero con las que no nos relacionamos mucho.

Junto la tienda de los Bellido vivió una muchacha muy simpática, pero un poco tímida, ella se casó con mi compañero de colegio Ariel Blanco.

A mediados de los 60 mi padre perdió su empleo y tuvimos una difícil situación económica lo que nos obligo a mudarnos a toda la familia en la casa de mi abuela.

Para esa época ya estaba estudiando en la universidad y la mayoría de los muchachos que conocía de antes estaban haciendo lo mismo pero en universidades de la capital o en el exterior.

Ya la cuadra no era la misma había cambiado, numerosas construcciones habían alejado a las vacas y los insectos de antes.

Para entonces las exigencias de los estudios en la U y además que había conocido a una preciosa muñeca que me robo el corazón, mantenían copada toda mi atención y tiempo.

Solo destaco de esta época una bonita amistad que surgió con una muchacha que vivía diagonal de mi casa, con ella pasamos unos momentos agradables. Desafortunadamente murió cuando la vida apenas florecía para ella. Siempre estarás en mis recuerdos Orietta.

En 1970, me case con mi novia Martha Pertuz, parecía un cuento de hadas hecho realidad y nos fuimos a vivir a Cartagena hasta año 1971 cuando volvimos a Barranquilla.

Un par de años después compré mi casa en la carrera 66 entre calles 76 y 77 y allí he vivido hasta ahora. Aquí nacieron mis hijos y por culpa del paso del tiempo tuve que jubilarme.

La verdad que entre las angustias del trabajo y la educación de hijos poco he socializado con los vecinos. Solo puedo decir que he sido testigo del auge que la zona ha tenido comercialmente y del desarrollo del sector financiero de la calle 77.

He visto como “El Vivero” creció de un comisariato en un pequeño local, al gigante que es ahora.

Para terminar, es momento de agradecer a mi vecino y amigo Álvaro Suescun, quien me animó a escribir esta crónica.